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Pedagogía inversa (o por qué los andaluces deberíamos darle una lección a la Presidenta de la Junta)

El difunto filósofo John Rawls distinguía entre sociedades “bien ordenadas”, sociedades “menos favorecidas” y “estados proscritos”. Ahora bien, si resucitara y visitara España seguramente tendría dificultades para meternos en una de esas categorías y se inventaría una nueva. Comparada con Corea del Norte o con el Imperio de Felipe II, la España actual no merece ser llamada “proscrita.” Comparados con Haití, podemos considerarnos bastante favorecidos en el reparto de la riqueza mundial. Sociedad “bien desordenada” quizá sea lo que mejor nos cuadre.

¿Por qué no merecemos que nos etiqueten como sociedad “bien ordenada”? Concentrémonos, por mor de la brevedad, en un solo parámetro: uno esperaría que en una sociedad bien ordenada los gobernantes estén generalmente mejor cualificados que los gobernados y que estos exijan a aquellos cierta altura moral. En España acabamos de dar un paso en la buena dirección, es verdad, con la sustitución de Juan Carlos I, el Campechano, por Felipe VI, el Preparao. Pero por lo demás parece que caminamos hacia atrás. Como le gusta decir a mi novia, mientras que los políticos de la Transición parecían mejores que la media de la población, los actuales nos parecen, en general, peores. Hoy día, muchos paisanos nuestros hablan idiomas, realizan estancias posdoctorales en universidades extranjeras y hasta son capaces de montar muebles de Ikea siguiendo las instrucciones. En cambio, ninguno de nuestros últimos presidentes de Gobierno puede balbucear una frase en inglés sin producir vergüenza ajena, y buena parte de nuestra clase política está imputada o (sospechamos) debería estarlo. Cómo estará el nivel que algunos ven en la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, una estrella emergente, un lince político y una mujer de Estado, y confían en ella para enderezar el torcido rumbo del, hasta ahora, principal partido de la oposición.

Pero Susana Díaz no demuestra estar a la altura de Solón o de Trajano, sino más bien de un trilero de feria o de un turbio concejal de urbanismo, cuando convoca elecciones anticipadas sin considerar las necesidades del pueblo que gobierna. Resulta evidente que sus verdaderos motivos tienen que ver, en la más benévola de las interpretaciones, con el bien de su partido y, en la más perspicaz, con sus propias ambiciones personales. En cualquier caso, esta profesional de la política sin más oficio que ese, esta licenciada a duras penas en Derecho, no parece estar en condiciones de enseñar nada al pueblo que, por cierto, gobierna sin que él la haya elegido. En una sociedad bien ordenada, los gobernantes deberían ser, como mínimo, tan capaces y honestos como la mejor mayoría de los gobernados y, si no lo son, los ciudadanos deberían retirarlos del gobierno.

En una sociedad bien ordenada, los gobernantes deberían poder ejercer cierta pedagogía hacia los gobernados y, si no están en condiciones de hacerlo, deben ser los ciudadanos quienes den una lección a sus gobernantes. La presidenta de la Junta, que ha adelantado irresponsablemente las elecciones, merece que los andaluces le demos una lección el día que vayamos a votar.

La política, de abajo arriba

Hay muchas formas de clasificar y etiquetar las actitudes y las ideologías políticas. La más habitual consiste en distinguir entre las que son “de derechas” y las que son “de izquierdas”. Ahora bien, en nuestro complejo mundo esa taxonomía parece demasiado simple y hace muy difícil la respuesta a muchas preguntas. Verbigracia: ¿era más de izquierdas Mao o Gandhi?; ¿es más de derechas nacionalizar empresas, como hizo Franco, o privatizarlas, como hizo Margaret Thatcher?; ¿soy más de izquierdas si defiendo la existencia de televisiones públicas al servicio del gobierno, aunque el gobierno sea de derechas?; ¿me convierto en alguien de derechas si critico el gasto público ineficiente? Y, como estas, muchas más preguntas de dudosa respuesta.

Así pues, sería útil tener criterios algo más finos a la hora de ubicar a los partidos, a los programas y a uno mismo. Con ese propósito, algunos politólogos han propuesto que, en vez de situar las posiciones políticas a lo largo de una sola línea que va de izquierda a derecha, utilicemos las dos dimensiones de un plano, de la siguiente manera.

Primero, en lo que en mi escuela llamaban el eje de abscisas situamos a cada cual según justifique en mayor o menor medida la planificación colectiva de la economía: más a la izquierda cuanto más la justifique. En el eje de ordenadas, situamos las posiciones en función de su mayor o menor propensión al autoritarismo en la vida social: en un extremo, los defensores de un Estado autoritario, en el otro, los partidarios de la desaparición del Estado. La ubicación de cada cual resultaría de la combinación de las dos anteriores en lo que mis maestros llamaban un plano cartesiano.

Esta representación en dos dimensiones permite hilar más fino que la representación sobre una línea. Así, por ejemplo, un estalinista y un anarquista clásico, que quedarían igualmente a la izquierda según el eje de abscisas, ocuparían posiciones muy alejadas con respecto al de ordenadas.

A veces recomiendo a mis alumnos y a mis amigos que se sometan a un curioso test («la brújula política»), diseñado hace ya algunos años. Éste permite, respondiendo unas cuantas preguntas, averiguar dónde cae uno mismo en ese mapa bidimensional. Los autores del test también especulan sobre dónde caerían distintos personajes históricos, de someterse al interrogatorio. Si los lectores de este blog quieren hacer ellos mismos la prueba, así como contemplar esa especulación sobre la ubicación de conocidos líderes políticos en el plano cartesiano, pueden encontrar ambas cosas aquí.

Ahora bien, ya va siendo hora de que la filosofía política se ponga ¡por fin! al nivel de la geometría euclídea y piense en tres dimensiones. Con esta finalidad, propongo que añadamos un tercer eje, vertical al plano, que ordene las actitudes políticas según su grado de apriorismo y dogmatismo: más arriba cuanto más inmunes a los hechos; más abajo cuanto más dispuestas a cambiar en función de lo que el tiempo y las circunstancias vayan enseñando. Los que se sitúan en la parte alta de este nuevo eje intentan practicar la política “de arriba abajo”, imponiendo a la vida política unos principios de validez universal y vigencia casi eterna. Los que nos situamos en la parte baja pretendemos, en cambio, aprender de la vida política de nuestro tiempo y de nuestro contexto, estamos dispuestos a dejarnos convencer por los argumentos y los datos, estamos abiertos a modificar las estrategias y hasta los principios, si con ello se consigue mejorar la práctica política. ¿Y en qué consiste mejorar la práctica política? En conseguir que la política sirva a los intereses y las necesidades de la gente, tal y como la propia gente los defina, y no a los objetivos que visionarios, filósofos, políticos o gurús de diverso pelaje se empeñen en imponer a sus prójimos.

Así pues, quienes entendemos la política “de abajo arriba” entendemos que esto significa dos cosas distintas pero relacionadas:

  1. En primer lugar, queremos dejar que sean los ciudadanos, los de abajo, quienes establezcan los objetivos de la acción política, en lugar de ser utilizados como mano de obra para realizar objetivos fijados por otros.
  2. En segundo lugar, creemos que la política consiste en averiguar los mejores medios para conseguir los objetivos de la gente, y eso es algo que se descubre empíricamente, aprendiendo de lo que ha ocurrido y de lo que ocurre, y no a priori. En esto, la política no es como la geometría euclídea ni, en general, como las matemáticas: no se trata de deducir a partir de axiomas, sino de inducir, trabajosamente, unas recetas que más o menos puedan funcionar durante algún tiempo, a partir de sucesivos ensayos y numerosos errores.

Ya estamos pertrechados teóricamente para practicar la reflexión política tridimensional. Por hoy lo dejamos aquí. En la próxima entrada rebatiré algunas acusaciones que podría recibir mi propuesta, como la de ser populista y la de ser tecnocrática. Además, como en todo manual de geometría que se precie, propondré algunas aplicaciones, ejemplos y ejercicios.