Que Europa nos asista: reflexiones domésticas tras el referéndum en Escocia

Ya está. Uff… Ya sabemos el resultado del referéndum escocés y la mayoría de los europeos suspiramos con alivio. Ahora bien: como en las películas de terror, no esperemos que la pesadilla termine con la muerte del primer zombie/vampiro/lunático en la segunda secuencia. La cosa va para largo, y así lo advierte Alex Salmond, el Ministro Principal de Escocia y líder independentista, en un twit, tras conocer la derrota de los suyos: Let’s not dwell on the distance we’ve fallen short – let us dwell on the distance we have travelled (“no nos fijemos en lo que nos ha faltado; fijémonos en lo que hemos recorrido”). O sea: hemos subido menos escalones de los que esperábamos, pero llegar arriba (¿al cadalso?; ¿al soñado paraíso de las gaitas y las varoniles faldas de cuadros?) es cuestión de tiempo.

Por lo pronto, el Reino Unido ha tenido que pagar un precio para evitar que los independentistas ganaran el referéndum: como un mercachifle en día de remate, Cameron ha tenido que prometer a los escoceses, durante las últimas semanas de campaña, aquellas cesiones de soberanía que no había querido conceder antes, y que pretendía evitar con el referéndum. Por ello, y por el susto que nos ha metido en el cuerpo, muchos comentaristas retratan hoy a Cameron como el tonto del bote de la política europea. Ahora bien, seamos justos: Cameron no será Richelieu, pero es un genio de la estrategia comparado con Rajoy: al menos, ha tenido los reflejos suficientes para desinflar el globo antes de que estallara. Es verdad que ahora los partidarios de la independencia comenzarán a inflarlo de nuevo, pacientemente, pero por ahora no ha estallado, y Cameron le ha pasado el marrón al siguiente. En cambio, Rajoy ha dejado pasar el tiempo de desinflar el globo, como yo modestamente le pedía en una entrada anterior, y en estos momentos aquí nos vemos: preguntándonos si el estallido del globo catalán es cuestión de semanas, de meses o de años, pero con la certeza de que, si no lo remedia un portentoso Deus ex machina, el globo va a estallar y nos va a salpicar a todos de un líquido que no sabemos qué lleva.

¿Quién es ese Deus ex machina? Puede que Cameron se acuerde de él, y hasta le rece, cuando dentro de algún tiempo se enfrente al segundo referéndum que ha prometido: el referéndum mediante el cual los ciudadanos del Reino Unido dirán si quieren o no seguir en la Unión Europea. El panorama de un Reino Unido fuera de la Unión Europea y presionado por los nacionalistas escoceses solo es mejor que el de un Reino Unido aislado de Europa y vecino de una Escocia independiente. Imaginar el frío que la conjunción de los dos nacionalismos (el escocés y el británico) puede llevar a las Islas debería advertirnos de lo que nos espera en toda Europa si seguimos alimentando los nacionalismos: los grandes (Francia, Hungría) y los pequeños (Córcega, Euskadi).

No tenemos, por ahora, otro Deus ex machina, ni otra solución, que fortalecer la Unión Europea y traspasar más competencias al Parlamento Europeo y a las demás instituciones de la Unión, avanzar por el camino hacia una Europa federal que quedó aplazada con el fiasco de la Constitución Europea: una Europa que se relacione con sus miembros, más o menos, como se relacionan los EE.UU. con el estado de Wisconsin (aunque, a ser posible, con una mayor dosis de pragmatismo y una menor carga de patriotismo). Claro que, al mismo tiempo, necesitamos ganar más credibilidad para esas instituciones europeas, aumentar su eficacia y reducir su coste. También necesitamos reducir el tamaño de las administraciones estatales e infraestatales a la vez que reforzamos las comunitarias: ¡ojalá pronto el plan de ordenación urbana de las ciudades españolas lo elabore un/a lejano/a funcionario/a europeo/a en vez del cuñado del alcalde, que casualmente también es primo de un promotor!

El proyecto de desmantelar España (o cualquier otro estado-nación europeo) conduce al desastre y va contra los tiempos; el de recentralizarla, también. La propuesta de un federalismo, simétrico o asimétrico, dentro de España equivale a seguir soportando el mismo agotador chantaje al que el nacionalismo catalán ha sometido al gobierno español desde la Transición hasta nuestros días, el mismo con el que Salmond amenaza al Reino Unido a partir de ahora. Necesitamos un planteamiento federal, pero no para los ya pequeños estados europeos, sino para construir una Europa federal, una Europa de los ciudadanos, no de los Estados ni de los pueblos, una Europa de afiliación voluntaria y reversible, a la que todo el mundo sienta que pertenece porque le conviene, no por su identidad.

Ahora bien: ¿cómo se llamarán esos estados federales dentro de Europa? ¿Serán Alemania, España, Italia… o más bien Baviera, Cataluña, Lombardía? Bueno: ¿a quién le preocupa el tamaño de Wisconsin?

Acerca de Javier Rodríguez Alcázar

Soy profesor de filosofía moral y política en la Universidad de Granada. He escrito bastantes trabajos de filosofía y una novela (El escolar brillante, publicada por Mondadori) con la que gané el Premio Jaén el año 2005. Tengo dos hijos, Mario y Gabriel. Mi pareja, Lilian, también se dedica a la filosofía.

Publicado el 19/09/2014 en Política y etiquetado en , , , , , , , . Guarda el enlace permanente. 2 comentarios.

  1. Buen artículo, estoy de acuerdo contigo salvo en la reflexión final, la Europa de los «pueblos» o «regiones» no nos puede llevar más que a un 1914, con la mano negra de turno, o quedar relegados a la insignificancia frente a las grandes potencias.Mi opinión es que el Estado debe salir fortalecido.Un saludo.

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  2. Gracias, Federico. Si digo que daría igual que Europa fuera una federación de Estados «pequeños» es porque previamente he dicho que esos Estados tendrían poco poder y no serían, salvo en un sentido muy débil, «independientes». La heredera de los actuales Estados-nación sería una Europa federal, quizá el primer paso hacia un mundo cosmopolita.

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